jueves, 16 de septiembre de 2010

Septiembre


Hay dos momentos de carácter anual que nos sirven, o nos incitan tal vez, a hacer cambios en nuestras vidas: el cambio de año y la vuelta de las vacaciones.

En el primer caso es coincidente para todo el mundo, pues el año cambia para todos a la vez. En el segundo caso, por mayoría, este momento se da en el mes de Septiembre.

El compromiso de cambio al pasar de un año a otro se produce por que asumimos que se acaba un periodo y empieza otro, lo que nos invita a depositar en el año que acaba, aquellas cosas que no nos gustan, y a su vez nos propone iniciar aquellas que nos parecen necesarias, para el año que empieza.

El retorno de las vacaciones “grandes”, aquellas en las que acumulamos más tiempo fuera de la rutina diaria, nos trae un montón de nuevas ideas, las cuales hemos ido iniciando y asentando durante nuestro periodo de vacaciones.

Pero ¿A que se debe que vengamos con ideas de cambio cuando volvemos de vacaciones?

Básicamente a varios factores principales, y que ordeno por importancia, según mi criterio:

  • Pasamos más tiempo con nosotros mismos, es decir, tenemos más tiempo para pensar
  • Se dan situaciones especiales que no se dan el resto del año
  • Conocemos a otras personas u otras formas de vivir
  • Pasamos más tiempo con familia y amigos
  • La tranquilidad y el relax (lo que también podemos apuntar como falta de prisas o de agobios) nos hacen ver las cosas de otra manera
  • El desplazamiento a otro punto geográfico
  • El cambio de la pauta horaria
  • Otras de carácter minoritario

En resumen, llegada la tan famosa “vuelta de vacaciones” por aquello del estrés post-vacacional, la mayoría de la personas se ha propuesto algo que piensa mejorará su vida.

Desde una simple limpieza del trastero, hasta el cambio de profesión, pasando por un compromiso de boda, un divorcio, la puesta en marcha de un negocio o el cambio de los muebles del salón.

Lo curioso es que en muchos casos las decisiones tomadas, no obedecen en sí a una necesidad concreta, sencillamente son reflejo de la necesidad de cambio (a mejor) que nos asalta cuando hemos podido encontrarnos con nosotros mismos (y nuestra circunstancia).

Realmente tenemos propósito de mejora y en muchos casos lo llevamos a cabo de forma más o menos ordenada, cambiando nuestro entorno porque pensamos que es lo que necesitamos.

En el fondo, esa necesidad de cambio que nos acomete solo se podría satisfacer plenamente si dicho cambio se produjera en nosotros. Con ello eliminaríamos nuestros enfoques mezquinos o acomodaticios, los malos hábitos, las creencias que nos arruinan la vida, el descontrol sobre nuestra vida, etc.

Pero claro, como pasa en muchos (demasiados) casos, se asocia la suerte y el destino con la manera de comportarse, creyendo que ambos son consecuencia de la “personalidad”, cuando en realidad esa “personalidad” es un montón de manías, creencias caducas, hábitos negativos y poses artificiales.

Pero sobre la “personalidad” falsa hablaremos en otra ocasión.