Como ya apunte en un artículo anterior, se asocia la suerte y el destino con la manera de comportarse, creyendo que ambos son consecuencia de la personalidad, cuando en realidad esa “personalidad” es un montón de manías, creencias caducas, hábitos negativos y poses artificiales.
Esto es a lo que yo llamo la “personalidad falsa”.
Conozco algunas personas (aunque me consta que hay muchas más que tienen esta creencia), que afirman rotundamente, que sus comportamientos violentos, depresivos, pasivos, angustiados, ansiosos, posesivos o maniáticos, forman parte de su personalidad.
Después dan por zanjada la cuestión, pues entienden que la personalidad es algo inamovible, absoluto en si mismo, definitivo, y, por supuesto, irrepetible. Es decir, intocable, y en ningún caso discutible.
Realmente, lo que estas personas no saben (o no se atreven a saber) es que la personalidad es un concepto más flexible y cambiante de lo que piensan, es más, la definición de personalidad es todavía algo vivo y abierto entre los entendidos y expertos mundiales.
A nivel coloquial, me quedo con esta definición que resume bastante bien lo que la mayoría de la gente entiende por personalidad:
Combinación única de los rasgos de una persona
Es verdad que en muchas de las definiciones de expertos se repite una característica, la duración en el tiempo. Lo que parece es que, en ningún caso, la personalidad sea algo definitivo e inamovible.
Como puede ser algo inamovible si las personas somos seres complejos, cambiantes, sociales, y evolutivos.
Verdaderamente ¿Se puede mantener que siempre somos iguales, es decir, que somos la misma persona que hace dos días, por ejemplo? Físicamente, no somos la misma persona de ayer, aunque a simple vista no se note. Nuestras células no son las mismas. Unas han desaparecido, otras se han creado. Psicológicamente, tampoco somos la misma persona. Desde hace dos días hasta ahora hemos elaborado un montón de ideas en nuestra mente, hemos soñado, hemos sentido emociones, nos hemos comportado de varias formas y hemos utilizado otro tipo de recursos mentales. Todo ello ha producido un impacto en nuestras creencias, conceptos y valores que hace que nuestros comportamientos y relaciones hayan variado, pero claro, a simple vista tampoco se nota.
¿Qué hay entonces en esas afirmaciones rotundas sobre la personalidad?
Generalmente hay una postura defensiva ante los demás, ante la vida, ante el cambio. Es bien sabido que el miedo es producido por la necesidad de defenderse para preservar la vida. Esta en nuestra herencia genética y reside en la parte del cerebro que llamamos “cerebro reptiliano”, la parte de nuestro cerebro más antigua y en la que residen las emociones y el instinto de supervivencia.
Pero ¿Es realmente necesario hoy preocuparse por preservar la vida, al punto que lo hacían nuestros antepasados animales? En general, no, a no ser que se viva en zona de conflicto armado con un alto nivel de violencia. Para el resto de mortales que viven en zonas sin conflicto, en sociedades estructuradas y pacificas, el miedo lo es a la incertidumbre. Hemos cambiado el miedo al depredador (que nos puede comer) por el miedo al “que pasara”, o “que será de mi”.
Para combatir ese miedo, la persona puede hacer varias cosas, desde las reacciones conscientes a las inconscientes, dependiendo de la educación recibida y de los recursos adquiridos.
Las reacciones conscientes ante la incertidumbre son, salvo casos excepcionales, mesuradas y reflexivas, y buscan la eliminación del miedo, analizando y evitando sus causas.
Las reacciones inconscientes son, por el contrario, inmediatas y no reflexivas. Hay que tener en cuenta que el inconsciente reacciona de forma automática en base a patrones preconcebidos, en los cuales no se miden las consecuencias a medio plazo, sino que pretenden “salvar” sin más a la persona.
Si la persona en cuestión prioriza sus reacciones inconscientes sobre sus reacciones conscientes, tendrá un comportamiento reactivo ante cualquier cuestión que se le plantee, poniéndose a la defensiva rápidamente y reaccionando hacía los demás con violencia o con pasividad, y hacía si mismo con ansiedad o con hábitos destructivos.
Después, para justificarse ante su entorno social, achacará su reacción, es decir, su comportamiento ante la situación planteada, a su personalidad.