jueves, 25 de marzo de 2010

El Problema


Hace un tiempo, me comentaba una persona la mala suerte que creía tener en la vida pues repetidamente se le daba una situación, y repetidamente volvía a hacer lo mismo, con el mismo resultado desastroso. Su punto de vista se basaba en la mala suerte, es decir, que si la vida fuera una partida de cartas, a esta persona siempre le daban malas cartas.


Después de varias sesiones de coaching, empezó a tomar en consideración la posibilidad de que la repetición de ciertos comportamientos fuera la causa de los resultados desastrosos. Fue entonces cuando en un momento de paciente meditación, me dijo:


- … esto me hace pensar que el problema soy yo.


La reflexión que propuse fue esta:


- Si, exactamente. Eso es del todo cierto. Ahora bien, te voy a dar dos noticias. Una buena y una mala. Empecemos por la mala...


… tú eres el problema para casi todas las cosas de tu vida que se refieran a ti.


Ahora la buena...


… afortunadamente, si tú eres el problema, eso te da la posibilidad de solucionarlo.


Para no dejar esto en barbecho, vamos a profundizar un poco más en estas aseveraciones.


Podemos afirmar con rotundidad que la libertad de acción (LdA) y la libertad de pensamiento (LdP), son bastante desiguales. La primera está mucho más restringida que la segunda, digámoslo así, por razones físico-químicas. Seguramente mucha gente piensa que de la primera -LdA- no hay casi y que de la segunda -LdP- sobra. Seguramente pensarán también, que teniendo mucho de la segunda y poco de la primera no hay posibilidad de progresar o de tomar las riendas de la vida. Pensarán, también, que si sus opciones de acción son limitadas por causa de falta de recursos, de imposiciones externas o de otras razones, poco pueden progresar. Esto les lleva a tirar la toalla y a no plantearse escenarios no conocidos. Es decir, no plantearse cambios.


No es fácil hacer ver a alguien más allá de su entorno. Esto puede pasar a causa de la comodidad, el miedo, la ignorancia o la pérdida de interés. En esta situación, la persona da por "buena” su limitación de acción. En cambio, en la gran mayoría de los casos, no cree que esta limitación pueda estar en sus creencias, en sus puntos de vista, en su manera de ver el mundo y de interpretar lo que le rodea. Esto hace desarrollar en esa persona un mecanismo de defensa. Para ser coherente con su asumida limitación de acción, lo que hace es externalizar el problema, es decir, achaca a factores fuera de su voluntad esa falta de libertad de acción. Piensa en consecuencia que el problema no está en él, no es él, el problema está en... el otro, o los otros, el gobierno, el mercado, la familia, el jefe, la empresa, el tráfico, la sociedad, etc..


Gracias a ciertas terapias de desintoxicación, y en concreto con el método de Alcohólicos Anónimos, podemos conocer un caso práctico. Como sabe casi todo el mundo, sobre todo por la televisión o el cine, los componentes de los grupos de terapia de A.A., inician su turno de palabra con la siguiente presentación "soy Fulanito/a de Tal, y soy alcohólico/a”.


Son estos métodos de desintoxicación donde se vio la necesidad de hacer entender que para acometer con un mínimo de éxito la solución a un problema personal –de la persona- el primer paso que había que dar era reconocerlo como propio, hacerse uno con el problema y así evitar ponerlo en el exterior, como si el problema fuera de otros, o del ambiente.


Esto tiene otra función. Al reconocer el problema como propio, se asume implícitamente que la solución es de la propia persona. Claro, con ayuda, apoyo y supervisión, pero aceptando ser el protagonista de la búsqueda y resolución del problema.


Curiosamente esto provoca otra situación paradójica, asumir que se tiene libertad suficiente –lo que a veces es bastante- para elegir otras acciones o posibilidades, y optar por ellas, y no por los ya conocidos caminos que llevan al fracaso o a la decadencia.


Podemos de esta forma resolver, que asumir nuestros problemas, nos hace ser responsables de ellos, es decir, de nosotros. Ser responsables nos transforma de tal forma, que nos hace resolver nuestros problemas –o acaso precisamente por eso. Esto supone elegir mejores opciones. Elegir, entonces, nos induce a ser libres.